miércoles, 16 de febrero de 2011

Apto para todos los clientes

Miro a mi alrededor. Luego, miro hacia atrás, a la generación de nuestros padres. A la generación de nuestros abuelos.

Esto va porque me he dado cuenta de una cosa, el algodón de la censura. La censura a día de hoy sigue existiendo. Por suerte no es la draconiana y represiva censura del franquismo, pero si una censura de super-protección al espectador y el menor. Miro los cuentos que se leían antes, todos plagados de situaciones terribles y crueles. ¿Y sus espectadores se volvieron maníacos? No. Se volvieron en personas fuertes capaces de superar horribles historias. Miro los dibujos con los que me crié, transición entre los de antes y los de ahora.

Los que yo veía, aún pecando ya de superficialidad, gozaban todavía de mensajes que no me han enseñado en las escuelas, que sólo me los han enseñado mis padres y que sólo los he visto ejemplificados en dibujos.

¿Pero y ahora? Los dibujos que veo son -en su gran mayoría- auténticas historias para subnormales, que no enseñan nada, que si bien entretienen, carecen de mensajes educativos, carecen de enseñanzas para enfrentarnos a la vida real. Es todo pura superficialidad que no tiene otra finalidad que la comercial. ¿Y qué consecuencias está teniendo? Pues lo que reflejan esos dibujos. Superficialidad. Hay una juventud posterior a mi generación que se caracteriza en que sobre ellos prima la estética que el interior, sobre ellos prima más los efectos especiales que el guión y la historia.

Ahora el lector avispado se estará preguntando ¿Bueno, a este tío se le ha ido la olla o qué, qué tiene que ver esto con la censura? Bien, he aqui la relacion. Esta censura no tiene otro objeto que el vender. Abriendo la veda, haciendo que los determinados productos sean accesibles a todos los públicos, se vende más. No podemos dar historias que hagan pensar, eso no se vende bien.

Estamos ante la sociedad de consumo.

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